LA ÚLTIMA CANCIÓN
Admito que aún te dedico canciones, no son las que oíamos siempre, no son las nuestras, son canciones que prorrumpieron de la desesperanza y el vacío que dejaste en todo lo que cimentamos, son las que te escribo cuando a mi paso alguien se acerca trayéndome el olor de tu perfume y tu sonrisa blanquecina, cuando te veo vacilando con tu contoneo en otro cuerpo, cuando de repente alguien en un bar descubrió el secreto del café que me servías en las mañanas, cuando tus almendrados ojos me miran de frente y me carga de lleno la melancolía al saberlos en otros rostros y otros mundos que no son nuestros.
Cuando me hablas desde otros labios que no se muerden en sincronización con su coqueteo y atinan una que otra de tus entonaciones, cuando te escucho desde ellos siento que caigo a un barranco y se expulsa de mí, impávido y acelerado este corazón, me convierto en páramo y se refleja la muerte en todo lo que soy, en lo que queda de mí, cuando al fin recupero la pujanza y este mar rojo vuelve a colorearme las mejillas, mis manos frías y blandas te sueltan amargamente una vez más, y con las mil despedidas se inundan mis cavernas de mares salados mientras escucho una vez más nuestra última canción.
Te escribo todos los días la misma nota acompañada por esa flor que luego secas y guardas en tus libros mientras me dices perdurará lo que perdure nuestro amor, pero lo cierto es que; hay en la biblioteca más de cincuenta y ni un solo amor que las pondere, esperan que despiertes con una sonrisa conjuntada con esas cuencas profundas que al mirarme parecen destellos que se achinan como agujas.
Yo sé que no las leerás pero desde el recuerdo de lo que fuimos te traigo a este presente para que no te pierdas un solo trocito de los tantos te amos que aún contengo para ti, para que no me apretujen más en el alma y escapen al refugio de los hoyuelos de tus mejillas, ahí donde también se escondieron mis besos, mis instintos, mis deseos y donde se aparcaron todos nuestros sueños.
Te escribo cuando franqueo en soledad los caminos que un día fueron nuestros, cuando te acaricio de nuevo la mejilla y reposo mi mano en tu hombro para que divaguemos en filosofías y existencialismos, cuando tomo una vez más del jardín de margaritas a escondidas y en sentadillas el adorno que llevarás en tu enredadera ensortijada, cuando esta se desliza cómplice por toda tu espalda como una aliada que debilita cualquier voluntad humana, es como un océano que se pierde entre todas tus montañas y acaricia tu lienzo canela, cuando de repente el golpe del viento y la bocina airada de un conductor que solo sabe ser cólera me trae a esta amarga realidad de tu ausencia y en su radio suena una vez más, nuestra última canción.
Katty Sáenz
Long Island, New York (USA)
Mayo 01 de 2020